Aumento récord de CO2 en mayo, pese a coronavirus
ECOLOGÍA Y MEDIO AMBIENTE.
Por confinamiento la concentración de este gas en la atmósfera se moderó en abril, pero no ha sido suficiente.
Pese a las restricciones de movilidad y la reducción de la actividad económica en el mundo por la pandemia de COVID-19, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera del planeta alcanzaron un nuevo nivel récord durante mayo de 2020.
Datos publicados por la Institución de Oceanografía Scripps (Scripps Institution of Oceanography) de San Diego, California, indican que al final del mes dicho gas de efecto invernadero promedió una concentración de 417 partículas por millón (ppm).
Desde la Revolución Industrial, las concentraciones atmosféricas de CO2 han aumentado constantemente por las actividades humanas. En la década de 1950 había un poco más de 300 ppm; hace seis años se alcanzó por primera vez el hito de 400 ppm y su crecimiento continuó acelerándose hasta llegar a 414 ppm al concluir 2019, según datos de la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA).
El doctor Ricardo Torres Jardón, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM nos explica que durante el confinamiento efectivamente “hubo cierta reducción en las emisiones humanas, pero esta reducción no alcanza a ‘pintar’ en el balance global”.
Las restricciones por la COVID-19 afectaron al sector del transporte y algunas industrias. Pero el transporte representa “una pequeña fracción del total estimado de emisiones”, solo un 14% de los gases de efecto invernadero, cuyo principal compuesto es el dióxido de carbono, y la industria con un 21 por ciento.
En cambio, la pandemia no afectó la contribución de sectores con un alto promedio de emisiones de gases de efecto invernadero, como el de generación eléctrica (25%) y el agrícola y forestal (24%), “por lo que, aun controlando los primeros dos grupos, no se vería un efecto mayor”, aclara el investigador.
Así, el resultado actual revierte cualquier expectativa de que la crisis por la COVID-19 permita una reducción permanente de las emisiones globales, lo que de hecho sucedió en abril pasado, cuando las emisiones diarias de dióxido de carbono bajaron 17%, un equivalente a 17 millones de toneladas, en comparación con los niveles diarios promedio observados en 2019, en que el total de emisiones globales de CO2 durante todo el año fue de 33 mil millones de toneladas.
“Como el balance de las emisiones es multifactorial, es posible que la reducción de abril fuera una mezcla tanto de la disminución en la actividad antropogénica (humana), como un efecto meteorológico”, señala el investigador Ricardo Torres.
Pues igual que sucede con los fenómenos atmosféricos como ciclones o huracanes, “la concentración de CO2 varía dependiendo de las temporadas” y en mayo las concentraciones son naturalmente elevadas, agrega.
También el informe de Scripps refiere que la reducción de emisiones durante abril fue insuficiente para influir en las variaciones de la concentración atmosférica de CO2. Advierte que para conseguir una verdadera mejoría, sería necesario reducir las emisiones diarias entre 20 y 30% durante todo un año.
Torres Jardón coincide en la necesidad de realizar acciones “muy drásticas” para que se detenga la fuerte influencia de las emisiones antropogénicas en el equilibrio global del CO2. El problema, añade, es que “hay muchas actividades que no podrán ser detenidas a corto plazo”.
En consecuencia, frente al panorama actual aún es vigente la advertencia del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático sobre una posible concentración de CO2 de 930 ppm para el año 2100. Una perspectiva complicada, no solamente por la influencia negativa de este gas en el cambio climático, sino también en nuestra salud física y mental.
Demasiado CO2 podría dañar la capacidad cognitiva.
Un estudio reciente, dirigido por Kris Kamauskas, de la Universidad de Colorado, calcula que hacia el fin del siglo las personas podrían estar expuestas a niveles de carbono de hasta 1400 ppm… en su propia casa.
La explicación que ofrecen es sencilla. En general, las concentraciones de CO2 son más altas en interiores que en el exterior, pues al gas que llega de afuera se añade el que generamos al exhalar, además del que se desprende, por ejemplo, de la combustión del gas de estufas y calentadores de agua.
El problema es que cuando respiramos aire con altas concentraciones de CO2, aumenta el nivel de este gas en nuestra sangre y se reduce la cantidad de oxígeno que llega al cerebro. Múltiples estudios señalan que la falta de oxigenación aumenta la sensación de letargo y ansiedad, y daña funciones cognitivas básicas como la capacidad de decisión y el razonamiento estratégico.
Una razón más para disminuir las emisiones.
Sin embargo, no está previsto que las consecuencias de la pandemia en nuestras actividades limiten mucho el aumento anual de concentraciones de CO2 en 2020, que se calcula será de 2.48 ppm, lo que no difiere mucho del incremento de 2.8 ppm que se había proyectado antes de la aparición del coronavirus. Tal variación no sería suficiente para reducir los efectos climáticos.
Si realmente se busca atenuar el cambio climático, será necesario que los jefes de Estado y líderes mundiales planifiquen la “nueva normalidad” económica tomando en cuenta la reducción de emisiones y el cambio climático, con la vista puesta en las próximas décadas.
Por Verónica Guerrero Mothelet.
Sitio Fuente: Ciencia UNAM