Especial México 500. La caída de Tenochtitlan. La astronomía y los aztecas

México. HISTORIA.-

Para los aztecas, la astronomía era una conexión con sus dioses.

¿Cómo nacieron el Sol y la Luna? Esta fue una de las primeras preguntas que se hicieron nuestros antepasados. Según la leyenda mexica del Sol y la Luna, varios dioses se reunieron alrededor de una hoguera, decidiendo que quien quisiera convertirse en el Sol, debía arrojarse en el fuego.

Los dioses Tecciztécatl  y Nanahuatzin se ofrecieron para consumirse en el fuego, pero sólo Nanahuatzin lo hizo, quien al salir se había convertido en el astro rey. Al ver esto, Tecciztécatl se sintió avergonzado y también decidió lanzarse a la hoguera, sólo que como ya había un Sol, emergió del fuego convertido en la Luna.

Los mexicas que habitaban en lo que hoy es el centro de la Ciudad de México, eran unos apasionados observadores de los astros.

Lo que podía observarse en el cielo, explica Jesús Galindo Trejo del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, tuvo un papel fundamental en la evolución cultural de todas las civilizaciones antiguas. En especial, en el área mesoamericana como resultado de la escrupulosa observación del firmamento, numerosas concepciones celestes se instituyeron en los ámbitos civil y religioso.

Para el especialista en investigación arqueoastronómica, la importancia de la astronomía en el México prehispánico puede reconocerse en gran cantidad de vestigios culturales como códices, estelas, cerámica, pintura mural y en infinidad de informaciones registradas en las fuentes etnohistóricas, asentadas no sólo por los cronistas españoles, sino también por indígenas que escribieron en su propio idioma.

        Mirar el cielo con frecuencia no sólo significaba un ejercicio que les era útil para registrar datos, se trataba además de una actividad que implicaba una estrecha relación con concepciones religiosas de alta jerarquía.

De este modo, en el cielo era posible reconocer diferentes deidades cuya influencia podía afectar a la Tierra y sus habitantes. Comprender cómo se comporta el cielo se convirtió en una especie de culto religioso de excepcional trascendencia en Mesoamérica. Además, derivado de este culto astronómico, se desarrolló un elemento cultural fundamental para cualquier civilización: el calendario.

“En Mesoamérica a partir del período formativo temprano se establecieron las bases del calendario que regiría por varios milenios. Desde entonces se consideró al calendario tan importante que se identificó con una dádiva de los dioses”.

En este contexto, el movimiento de los astros no sólo marcó la pauta de la manera en que se definiría el calendario, sino también introdujo un ordenamiento en el paisaje que sirvió para instaurar, trazar y orientar no sólo estructuras arquitectónicas sino ciudades enteras.

        Tonatiuh es el nombre que los mexicas dieron al Sol; significa el que va calentado e iluminado. Se le festejaba en el día Nahui Ollin de la cuenta calendárica, es decir en la fecha cuatro Movimiento.

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Igual que todos los pueblos antiguos, precisa el investigador, los mesoamericanos también reconocieron grupos de estrellas identificándolos con imágenes de deidades, objetos y animales. Sin embargo, cada región identificó diferentes constelaciones.

Al respecto, las fuentes etnohistóricas registran muy pocas, por ejemplo, los mayas veían en Orión a una tortuga con tres estrellas en el caparazón; en cambio, para los mexicas se trataba de un mamahuaztli, o el instrumento para obtener el fuego por fricción.

Los eclipses eran fenómenos que también les atraían. “Los eclipses solares fueron registrados por los observadores mesoamericanos; en códices y crónicas aparecen pictórica o textualmente descritos. Se designaban como el Sol comido o mordida de Sol”.

El Templo Mayor de los mexicas.

Un edificio es particularmente importante para la historia de México: el Templo Mayor de Tenochtitlan. Esta pirámide doble dedicada al dios solar Huitzilopochtli y al de la lluvia, Tláloc, era una de las estructuras más altas a la llegada de los españoles; su altura era comparable a la de las torres de la Catedral Metropolitana.

Este templo sería atacado durante la guerra contra los mexicas. Recordemos que el ejército de mayoría indígenas tlaxcaltecas y de otros centros, junto con los españoles encabezados por Hernán Cortés, lograron la caída de México-Tenochtitlan y de su aliada México-Tlatelolco en agosto de 1521.

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El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, narra, en la conferencia Sociedad y religiosidad mexica. que uno de los fines fundamentales de los españoles, aparte de la conquista militar, era la conquista religiosa, ideológica, la cual lograron con la devastación de sus principales templos.

Así, luego de que Cortés se deshiciera de Moctezuma y saliera huyendo hacia Tlaxcala, regresó a la cuna del imperio de Tenochtitlan, específicamente al espacio sagrado que era el gran recinto ceremonial de la ciudad, el lugar donde habitaban los Dioses.

En él, relató alguna vez Fray Bernardino de Sahagún, se encontraba el Templo Mayor. Se trataba del sitio donde, simbólicamente, era posible subir los niveles celestes y bajar al inframundo. Del Templo Mayor partían los cuatro rumbos del universo y estaba rodeado de 78 edificios sagrados.

Hernán Cortés consideraba esta magna estructura como una obra del demonio, en tanto que para los para los mexicas significaba el lugar más importante de adoración a sus dioses.

“Esa masa arquitectónica que a la llegada de los españoles tenía alrededor de 45 metros de alto y 82 metros por lado, fue derribada en gran parte; el objetivo de los españoles era borrar el centro sagrado para el mexica.”

El edificio más alto del Templo Mayor, comparte Matos Moctezuma, fue arrasado casi hasta los cimientos; pero tenía otras siete etapas debajo de esa que destruyeron, las cuales pudieron conservarse. Cada etapa de construcción, expone, correspondía a cada uno de los tlatoanis.

Esta destrucción significaría el avance de la conquista ideológica a través de la evangelización, o la expansión del culto católico de los españoles en tierras mesoamericanas.

Por: Isabel Pérez S.

Sitio Fuente: Ciencia UNAM