Cómo se adapta el Pentágono de EE UU al ascenso tecnológico de China

TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD. Tiempo de lectura: 11 minutos.-

Una conversación con Kathleen Hicks, ex subsecretaria de Defensa de EE UU.

Han pasado poco más de dos meses desde que Kathleen Hicks dejó su cargo como subsecretaria de Defensa de Estados Unidos. Fue la mujer con mayor rango en la historia del Pentágono, y durante su gestión ayudó a definir la postura militar del país en un contexto marcado por la competencia entre grandes potencias y la urgencia por modernizar la tecnología de defensa.

Actualmente se está tomando un descanso antes de embarcarse en su próximo proyecto (que aún no anunció). “Está siendo revitalizante”, comenta, aunque reconoce que desconectarse no es fácil. Sigue de cerca la evolución del panorama en defensa y expresa preocupación por posibles retrocesos: “Cada nueva administración trae consigo prioridades distintas, lo cual es lógico, pero me inquieta que se frene el progreso conseguido a lo largo de varios gobiernos”.

Durante las últimas tres décadas, Hicks ha sido testigo de una transformación profunda en el Pentágono—en lo político, lo estratégico y lo tecnológico. Comenzó su carrera en los años noventa, al final de la Guerra Fría, cuando todavía predominaba una visión optimista y cooperativa en la política exterior de EE UU. Ese clima fue cambiando. Tras los atentados del 11 de septiembre, el foco se desplazó a la lucha contra el terrorismo y los actores no estatales. Luego vino el resurgir de Rusia y la creciente firmeza de China.

Hicks se alejó dos veces del gobierno: la primera para completar un doctorado en el MIT (Massachusetts, EE UU), y la segunda para incorporarse al think tank CSIS (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, Washington DC, EE UU), donde llegó a dirigir el programa de Seguridad Internacional. “Cuando regresé en 2021”, explica, “había un actor—la República Popular China—que tenía la capacidad y la voluntad de cuestionar seriamente el orden internacional tal como está establecido”.

En esta entrevista con MIT Technology Review, Hicks reflexiona sobre cómo el Pentágono está respondiendo—o no—a una nueva era de competencia geopolítica. Habla del avance tecnológico de China, del papel de la inteligencia artificial en el ámbito militar y de una de sus iniciativas más destacadas: Replicator, un programa del Pentágono que busca desplegar rápidamente miles de sistemas autónomos de bajo coste, como drones.

Has descrito a China como un «seguidor rápido y con talento». ¿Sigues pensando lo mismo, especialmente con los avances recientes en inteligencia artificial y otras tecnologías?

Sí, lo creo. China representa actualmente el mayor desafío estratégico, lo que significa que marca el ritmo en muchas áreas clave de desarrollo militar. Para estar en condiciones de disuadirla, necesitamos superar sus capacidades en campos como el armamento naval de superficie, los misiles o los cazas furtivos. Cuando se proponen alcanzar un determinado nivel tecnológico, suelen lograrlo, y además con bastante rapidez.

Ahora bien, su sistema arrastra una gran dosis de corrupción y, a diferencia de los ejércitos occidentales, no han participado en conflictos reales ni han entrenado en condiciones de combate similares. Ese factor es una gran incógnita a la hora de medir su efectividad real en el campo.

China ha logrado avances tecnológicos importantes, y la antigua idea de que solo sigue los pasos de otros empieza a quedarse atrás, no solo en el ámbito comercial, sino de forma más general. ¿Crees que Estados Unidos sigue teniendo una ventaja estratégica?

Nunca subestimaría la capacidad de un país de innovar cuando se lo propone. Creo que el modelo estadounidense tiene puntos fuertes: somos una sociedad de personas libres, con libertad de pensamiento y de mercado. Eso permite generar innovación de forma más natural y constante que un sistema centralizado. Esa es nuestra ventaja—si sabemos aprovecharla.

China nos lleva la delantera en fabricación, especialmente de drones y sistemas no tripulados. ¿Es un problema grave para la defensa estadounidense? ¿Se puede revertir?

Sí, es un problema importante. Cuando empezamos a idear Replicator, nos preocupaba que empresas como DJI ya estuvieran muy por delante en la parte industrial, mientras que EE UU se había quedado rezagado. Muchos fabricantes aquí creen que podrían recuperar terreno si reciben los contratos adecuados—y estoy de acuerdo.

Pero el problema no es solo fabricar drones. Lo realmente difícil es integrarlos en los sistemas militares existentes. Ahí es donde EE UU suele tener más dificultades. No se trata de un reto técnico complejo, sino de integración de sistemas: cómo conseguir que algo sea funcional, escalable y conectado dentro de una fuerza conjunta. Replicator busca precisamente eso: no solo fabricar, sino también integrar y desplegar rápidamente.

También identificamos puntos débiles en la cadena de suministro: microelectrónica, minerales críticos, baterías. A veces se piensa que las baterías solo importan para generar electricidad, pero son fundamentales para muchos sistemas, incluso en la Armada.

Con los drones en particular, creo que es un reto abordable. El problema no es la complejidad, sino conseguir contratos suficientes para escalar la producción. Si lo hacemos, EE UU puede competir perfectamente.

El programa de drones Replicator fue una de tus iniciativas clave. Prometía unos plazos muy rápidos, especialmente si se compara con el ciclo habitual de adquisiciones en defensa. ¿Eso era realista? ¿Cómo está avanzando ahora?

Cuando dejé el cargo en enero, el calendario seguía previsto para comenzar las pruebas este verano, y sigo pensando que podríamos ver avances concretos, e incluso cierta implementación, antes de que acabe el año. Confío en que el Congreso continúe involucrado para garantizar que esta capacidad se haga realidad.

Sin ir más lejos, esta misma semana, durante una visita a la región del Indo-Pacífico, el secretario Pete Hegseth mencionó de forma indirecta que el almirante Samuel Paparo, comandante del Mando Indo-Pacífico de EE UU, cuenta con margen de maniobra para desarrollar las capacidades necesarias. Eso me da bastante confianza en que el proyecto mantiene una línea coherente.

¿Cómo encaja Replicator dentro de los esfuerzos más amplios por acelerar la innovación en defensa? ¿Está cambiando algo dentro del sistema?

La adquisición de tecnología en defensa suele ser lenta y secuencial: un paso tras otro, algo que tiene sentido en sistemas grandes como la industria de submarinos. Pero con drones no funciona. Con Replicator intentamos pasar a un modelo paralelo: trabajar hardware, software, normativas y pruebas al mismo tiempo. Así es como se gana velocidad—derribando barreras y trabajando de forma simultánea.

No se trata de “moverse rápido y romper cosas”. Hay que seguir probando y evaluando con responsabilidad. Pero esta metodología demuestra que se puede avanzar más deprisa sin perder el control, y eso implica un cambio cultural importante.

¿Qué papel juega la inteligencia artificial en el futuro de la defensa nacional?

Es clave. El futuro de los conflictos dependerá de la velocidad y la precisión. La IA permite ambas cosas. Ayuda a integrar capacidades para tomar decisiones más rápidas y acertadas: para cumplir objetivos militares, evitar víctimas civiles y disuadir de forma más efectiva. Pero también insistimos mucho en la IA responsable. Si no es segura, no será útil. Ese ha sido un eje común durante distintas administraciones.

¿Y la inteligencia artificial generativa? ¿Ya tiene un papel estratégico o sigue siendo experimental?

Empieza a tenerlo, sobre todo en la toma de decisiones y en la eficiencia operativa. Tuvimos una iniciativa llamada Proyecto Lima, donde analizamos casos de uso para la IA generativa: dónde podría ser útil y cómo regular su uso de forma responsable. Probablemente veamos sus primeros efectos en áreas administrativas: recursos humanos, auditorías, logística…

Pero su aplicación en sistemas no tripulados o en el intercambio de información—como en Replicator o JADC2—sí podría suponer una ventaja real. Aun así, los mayores avances iniciales llegarán, creo, en tareas de gestión interna.

(Nota: JADC2 es la iniciativa del Departamento de Defensa de EE UU para conectar sensores de todas las ramas militares en una red unificada potenciada por inteligencia artificial)

En los últimos años, hemos visto a varias figuras destacadas del sector tecnológico involucrarse cada vez más en debates sobre defensa nacional. En algunos casos, han defendido con firmeza posturas políticas o promovido la desregulación. ¿Cómo ves la creciente influencia de Silicon Valley en la estrategia de defensa de Estados Unidos?

Siempre ha habido innovación procedente de fuera del gobierno. Gente que ve grandes desafíos nacionales y quiere contribuir. Esa participación es positiva, sobre todo cuando su conocimiento técnico responde a necesidades reales de seguridad.

Pero no son los únicos actores. En una democracia saludable también cuentan los trabajadores, los ecologistas y los aliados internacionales. Tenemos que escuchar todas esas voces a través de procesos democráticos sólidos. Es la única forma de que esto funcione.

¿Y la participación de figuras como Elon Musk en políticas de defensa?

No creo que sea sano para una democracia que una sola persona tenga más influencia de la que le corresponde por su experiencia técnica o su posición oficial. Necesitamos instituciones fuertes, no personalismos fuertes.

EE UU ha sido históricamente un imán para el talento STEM internacional, incluidos muchos investigadores chinos. Pero las trabas migratorias y la desconfianza creciente han dificultado su permanencia. ¿Es una amenaza para la innovación?

Creo que es fundamental contar con una comunidad investigadora segura para poder llevar a cabo trabajos sensibles. Pero buena parte de la investigación relacionada con la defensa nacional en áreas STEM no necesita ese nivel de confidencialidad, y depende en gran medida de un ecosistema diverso de talento. Si cerramos esas vías de acceso, es como si estuviéramos comiéndonos nuestras propias semillas. Programas como las visas H-1B son realmente importantes.

Y no se trata solo del talento internacional: también debemos asegurarnos de que las personas de comunidades poco representadas dentro de Estados Unidos vean la seguridad nacional como un ámbito donde pueden aportar. Si no se sienten valoradas o bien recibidas, es menos probable que entren, y menos aún que se queden.

¿Cuál dirías que es el mayor reto actual del Departamento de Defensa?

La confianza, o más bien la falta de ella. Ya sea en el gobierno en general o en temas concretos como el presupuesto militar, las auditorías o la politización del ejército. Esa desconfianza influye en todo lo que intenta hacer el Departamento de Defensa. Afecta nuestra relación con el Congreso, con aliados, con el sector privado y con la ciudadanía. Si la gente no cree que estás trabajando en su beneficio, es casi imposible avanzar.

Por: Caiwei Chen.

Sitio Fuente: MIT Technology Review