Los manantiales, esenciales para las culturas del centro de México: Eduardo Matos Moctezuma

LOS INVESTIGADORES ESCRIBEN.-

El colegiado Leonardo López Luján se refirió a la ofrenda 48 del Templo Mayor, para la que se sacrificaron al menos 42 niños con la intención de revertir la sequía.

Ante la ausencia de “grandes ríos que permitieran la utilización de sus aguas”, los manantiales fueron un “factor de enorme importancia” para el desarrollo de las culturas del centro de México como Teotihuacán, Cholula y Tenochtitlan, afirmó el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, miembro de El Colegio Nacional, al participar en la quinta jornada del IX Encuentro Libertad por el Saber.

“Si bien se desarrollaron en diferentes momentos, en las tres ciudades mencionadas aparece un factor de enorme importancia: los manantiales. En el Altiplano, donde se asentaron y florecieron estas ciudades, no se contaba con grandes ríos que permitieran la utilización de sus aguas para el suministro de ellas, aunque sí tenían una serie de tecnologías”, dijo el colegiado durante la conferencia “Agua y vida en el México prehispánico y virreinal”, realizada en el Aula Mayor de la institución.

Coordinada por el arqueólogo Leonardo López Luján, también miembro de El Colegio Nacional, la ponencia contó además con la intervención de los especialistas Carlos E. Córdova, de Oklahoma State University, y Teresa Rojas Rabiela del CIESAS.

Tecnologías como represas, canalizaciones, diques, o el conocido albarradón de Texcoco, construido o atribuido a Nezahualcóyotl, señaló Matos, fueron implementados por los pueblos mesoamericanos para aprovechar el vital líquido de los manantiales. “En Teotihuacán, la más antigua de las tres ciudades, más o menos del 1 al 650 de nuestra era, vemos su presencia en la pintura mural, como es el caso de Tepantitla, uno de los barrios, y aún hoy día existen en la población de San Juan Teotihuacán estos manantiales”.

“Cholula, por su parte, también tiene manantiales al sur de la ciudad, y Tenochtitlán contaba con las aguas provenientes de Chapultepec”. Ubicada en medio del lago de Texcoco, esta última “es una de las pocas ciudades lacustres, junto con su vecina Tlatelolco, que desde su asentamiento tuvo que resolver el abastecimiento de agua potable para sus habitantes”.

Matos Moctezuma refirió que tanto Hernán Cortés como Bernal Díaz del Castillo describieron los acueductos que conducían agua dulce por la calzada de Tacuba hacía la ciudad. De hecho, el conquistador cuenta cómo ordenó cortar el suministro de agua a la población para lograr hacerse de la ciudad: “Asediadas las ciudades por las fuerzas enemigas, tanto por tierra como por el lago, lo que impedía el abastecimiento de recursos humanos, alimento y agua, el 13 de agosto de 1521 caían las ciudades mexicas de Tenochtitlán y Tlatelolco en poder de Hernán Cortés y de los miles y miles de indígenas que se unieron a la fuerza conquistadora”.

Pero la ausencia de ríos no fue la principal calamidad que debieron resolver los mexicas para allegarse agua. “Lluvias escasas, lluvias excesivas, lluvias inoportunas, en estos tres fenómenos se resume buena parte de las desazones de las sociedades del México antiguo que basaban su existencia en la agricultura de temporal”, señaló en su oportunidad el arqueólogo Leonardo López Luján.

“En nueve de los dieciocho meses que integraban su calendario agrícola, tenían lugar ceremonias que pretendían propiciar la lluvia y la fertilidad; casi todas las plegarias, las ofrendas y los sacrificios de esos meses estaban dirigidos a Tlaloc, dios de la lluvia y personificación de la Tierra. Se le invoca generalmente como el dador, pues proveía de todo lo necesario para la germinación de las plantas, enviaba lluvias y corrientes de agua desde el Tlalocan, lugar de niebla, abundancia infinita y verdor perene”, explicó.

Así, en la ofrenda 48, excavada hace 40 años en el Templo Mayor, quedó registrado de una “acción desesperada” realizada a mediados del siglo XV para “aplacar la furia de los dioses”. Durante el reinado de Motecuzoma Ilhuicamina, quien gobernó de 1440 a 1469, “los oficiantes de la ceremonia depositaron en el fondo de la caja una capa de arena marina; a continuación, acomodaron sobre ella varios cadáveres de niños, recostados boca arriba y con las extremidades contraídas, algunos aún conservaban sus collares de piedra verde, en tanto que, otros, lucían sobre el pecho discos de madera recubiertos con mosaico de turquesa”.

“En un tercer nivel, los oficiantes dispusieron más cadáveres infantiles, aunque en esta ocasión salpicados con pigmento azul. Por encima de sus cuerpos inertes distribuyeron calabazas, así como caracoles marinos y copal; finalmente colocaron al menos 11 esculturas de piedra policromada, las cuales imitan jarras con el rostro de Tlaloc de manera significativa, las recostaron deliberadamente sobre uno de sus flancos orientándose en sentido este-oeste”.

El antropólogo físico Juan Román “contabilizó un número mínimo de 42 individuos, concluyó también, a partir de la longitud de los huesos largos y el desarrollo de las denticiones, que tenían entre 2 y 7 años”. Los estudios permitieron identificar huellas de desnutrición, anemia y comprobar que los infantes provenían del occidente de México, especialmente Oaxaca.

De acuerdo con el Atlas Mexicano de Sequía, recientemente elaborado por David Stahl a partir de los anillos de crecimiento de los árboles, “una sequía de proporciones gigantescas tuvo lugar en el centro de México entre 1452 y 1454. Todo parece indicar que las sequías en el verano temprano habrían afectado la germinación, el crecimiento y el florecimiento de las plantas, en tanto que las heladas del otoño habrían atacado el maíz antes de su maduración”.

De esta manera, “la ocurrencia de ambos fenómenos habría acabado con las cosechas y conducido a situaciones de hambruna prolongada. En conclusión, la gran sequía del año 1 Conejo tuvo un impacto devastador en la vida de los habitantes de la Cuenca de México y las áreas circunvecinas”.

Sacar el agua.

En contraparte con las sequías, el Valle de México ha sufrido intensas inundaciones que tuvieron su máximo en 1629. “La ciudad estuvo anegada cinco años. Lo que pasó en Chalco este año, que llovió tanto, fue una semana; ahora imagínense cinco años. Pues, aquí los habitantes y el gobierno virreinal, así como la corona, empezaron las polémicas. Y eran tres cosas: una, no hacer nada; otra era drenar los lagos, que fue lo que se hizo eventualmente; y la otra, era no drenar los lagos, pero gestionar el agua”, señaló Carlos Córdova.

En ausencia de polémicas, las autoridades optaron por sacar el agua: “El desagüe, que es un proceso que toma, de hecho, siglos, se concluye, digamos, en 1900, lo inaugura Porfirio Díaz. Y pues hay otras obras, el drenaje profundo, el TEO. Las consecuencias de este drenaje, que originalmente era para salvar la ciudad de inundaciones, aparte para utilizar el terreno que existía en el lecho de los lagos, pues resultó en un desastre ecológico”.

Esas consecuencias, detalló Córdova, “las conocemos muy bien y la gente que vive en el Valle de México, pues vive día a día con ellas, incluyendo tolvaneras, inundaciones; durante los terremotos, la licuefacción de arcillas saturadas, las arcillas lacustres, salinización de suelos”.

A principios del siglo XVII, Enrico Martínez y Adriaan Boot, un italiano enviado por la corona, plantean algunas soluciones al problema que incluyen la construcción de diques. Más tarde, Alexander von Humbolt advierte sobre los riesgos de drenar el agua: “Dice, ‘no, no conviene, habrá problemas si se drena’. No se hace nada después de la conquista, porque, bueno, México empieza con problemas, luchas internas, guerras, la invasión francesa: De hecho, es en la invasión francesa cuando se retoma, porque durante el Segundo Imperio, hubo una inundación terrible”.

Otro opositor de drenar el agua fue Francisco Díaz Covarrubias, así como Fernando Altamirano, quien elaboró un reporte sobre las consecuencias que acarrearía, aunque no contaba con datos. A pesar de las advertencias, “el drenaje se llevó acá, finalmente, en ese triángulo de opiniones, pues gana la del drenaje. Se construye el gran canal del desagüe y el túnel Tequixquiac. Así que los objetivos del desagüe en todos estos años o siglos era resolver el problema de las inundaciones, especialmente en la Ciudad de México; y el otro, era el uso agrícola de los terrenos desecados”.

Sin embargo, “la realidad es que los objetivos no se lograron porque se siguió inundando la ciudad, incluso una de las peores fue por 1950 a 1951, en parte también, porque la ciudad se ha ido hundiendo y eso no se sabía muy bien en aquel entonces, ya se habían observado hundimientos en algunos lugares, pero no se relacionaba mucho con el problema”, agregó Córdova.

La investigadora Teresa Rojas Rabiela expuso las obras que se fueron incorporando en la Ciudad de México tras la conquista para manejar el agua. “Los hombres y mujeres de aquel tiempo no solo continuaron muchas de sus prácticas de manejo del agua, básicamente en la cuenca de México además incorporaron y aprovecharon activamente las innovaciones, las nuevas plantas, herramientas, ganado, rueda, máquinas complejas y un largo etcétera”.

La cuenca de México, dijo, “también fue atractiva, no sólo por su riqueza biológica, sino porque era posible la comunicación por agua. Entonces, también debemos recordar que las fuentes de energía, pues eran básicamente la energía humana, por supuesto la de las plantas y todo, pero no existían máquinas, más que máquinas simples, entonces parte del transporte, pues se hacía, como saben, por tamemes al lomo de un humano, y el trabajo, pues básicamente era manual”.

Por: Alberto Vázquez

Sitio Fuente: Agencia ID