La muerte en México: cómo superar la pérdida y el proceso del duelo
La Dra. Silvia Sánchez Ochoa, del Departamento de Psicología de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, colaboró con este texto en el marco del Día de Muertos.
Foto: xalapa.gob.mx.
En México, la muerte es parte de nuestra cultura. Es referirnos a algo que vivimos cada hora de nuestra existencia, algo que nos acompaña en nuestras canciones y poesías, que se manifiesta en la actitud que tenemos ante la vida.
A través del arte popular, mantenemos con la muerte una convivencia cotidiana y casi familiar: la ironizamos a través de chistes, la festejamos en su día, la saboreamos con el pan de muerto y las calaveritas de azúcar y jugamos con ella disfrazándonos de catrinas.
Sin embargo, para el mexicano de hoy, la muerte, el sufrimiento y el dolor continúan siendo temas tabú. Cuando tenemos una pérdida, evadimos nuestros pensamientos y emociones como si así los pudiéramos evitar, y sentimos una gran angustia ante la perspectiva de morir.
No hemos aprendido que las pérdidas naturales pertenecen a la lógica de la vida: nos despedimos del vientre materno, después de la niñez, de la juventud, de la escuela, de la casa paterna, de la familia y a veces de la persona amada; de trabajos, de profesiones, del vigor del cuerpo y de la lucidez de la mente que, inevitablemente, se van desgastando hasta que llega el momento de despedirnos de la propia vida. En cada despedida dejamos atrás un poco de nosotros mismos.
Este miedo irracional que prevalece ante la muerte, complica el proceso psicológico del duelo. Lograr aceptar nuestra mortalidad y la de los demás como parte del proceso de vivir, no supone que queramos morir o que deseemos la muerte de alguien, pero sí nos proporcionará paz, tranquilidad y valor para enfrentar la muerte física cuando llegue.
Son muy pocas las personas que han alcanzado la adultez y que puedan decir que no han sufrido alguna pérdida de salud, una infidelidad, un divorcio, negligencia, la pérdida de tu trabajo, de una mascota o de un ser muy querido en forma imprevista; la pérdida de la autoestima por haber recibido maltrato o por haber sido abusado, de la reputación, por falsedades, de los bienes materiales, de los ideales, de los sueños, de la ilusión. Las pérdidas provocan dolor y muchas veces continúa durante largo tiempo. El cáncer, la muerte y la tragedia, simplemente llegan y nos llevan a preguntarnos: ¿por qué a mí?
Buscamos las razones de por qué nos sucede a nosotros si somos buenas personas y hemos hecho las cosas bien. Tratamos de justificar lo injusto que es la tragedia que nos aqueja. Nos resistimos a la situación y a los cambios que necesariamente han llegado a nuestra vida. Nos concentramos en los aspectos negativos y, ciertamente, hay ocasiones en que hay pocas cosas positivas en estos eventos.
Después de una calamidad, aparecen sentimientos de pena, dolor, desesperación, rabia, culpa, resentimiento, celos, pérdida, desilusión y miedo. Estos sentimientos son necesarios para enfrentar la pérdida, sin embargo, no tienen que experimentarse permanentemente. Es posible volver a sentir paz interior y volver a sentir gozo.
Imaginemos por un momento los grandes cambios que podríamos experimentar si pudiéramos aceptar completamente lo que es y lo que ha pasado, hacer duelo por lo perdido, abandonar nuestros prejuicios, comprendernos, si es que no alcanzamos a perdonarnos, asumir las vueltas que ha dado nuestra vida, aun cuando quizá hayamos querido que fuera de otra manera.
Sanar significa que podremos aflojar los lazos que atan esa memoria y liberarnos del pasado; persuadir a nuestros corazones para que perdonen, se reconcilien y se transformen. Al sanar podremos mirar lo sucedido con un lente diferente: necesitamos ser capaces de perdonarnos y perdonar a los otros por morir, y perdonarnos por no hacer felices a los demás como ellos quisieran y a ellos por no ser la fuente de nuestra felicidad.
El proceso de duelo.
Una vez que experimentamos una pérdida, es necesario iniciar un proceso de duelo. Su función es ayudarnos a procesar, tomar conciencia de lo que ya no tenemos y poder retirar nuestra energía gradualmente del objeto o de la persona que se ha ido. Si no se duele lo perdido, quedarán sólo rabia y frustración atrapadas, y peligrará la posibilidad de alcanzar la aceptación final de la pérdida y con ello la sanación.
El tiempo para sanar y recuperarnos normalmente es de un año. Aunque es diferente para cada persona, por lo general, se da en cuatro pasos que no son lineales, es decir, se presentan como si fueran olas que van y vienen.
1. Admitir que la pérdida es real: al principio, podemos resistirnos a aceptar. Negamos la situación y si se trata de un ser querido, no creemos que ya no lo volveremos a ver. Si no aceptamos la pérdida, quedaremos atorados en esta etapa.
2. Experimentar el dolor de la separación: la tristeza, el coraje, la rabia, la vergüenza y la culpa. Suprimir estos sentimientos y pretender que todo está bien, puede provocar que nos insensibilicemos hacia cualquier otro sentimiento, incluso positivo y perder el entusiasmo por la vida o bien, caer en una depresión o enfermedad física. El enojo y la rabia que no se expresan y no se muestran a través de las heridas recibidas se convierten rápidamente en resentimiento y en odio. Si no sanamos las experiencias dolorosas podemos, inconscientemente, usar estos sentimientos como una profecía de autocumplimiento y nos convertimos en víctimas. La única manera de conquistar los sentimientos dolorosos es reconocerlos y enfrentarlos. En esta etapa es necesario asumir poco a poco nuestras responsabilidades y evitar culpar a los demás por los propios sentimientos. Podemos decir: “No entiendo por qué me siento así, por qué tengo esta enfermedad, por qué he sufrido esta pérdida, por qué sufrí este accidente, pero estoy dispuesto a reconocer sin culpa ni resentimiento que esto es mío y que desde ahora, soy responsable de dejarlo ir o retirarlo de mi vida”.
3. Adaptarnos de nuevo a la vida: cuando perdemos a un ser querido hay muchas cosas que se van también: el apoyo, el amor, la confianza, los consejos, los sueños. Éste es el momento en que tenemos que llegar al fondo y encontrar recursos para aprender cómo llevar a cabo las nuevas tareas que ahora tenemos que afrontar. Esto nos fortalecerá y permitirá enfrentar los problemas futuros.
4. Dejar ir el pasado y mirar hacia el futuro: en esta etapa, necesitamos centrarnos en el presente y mirar hacia adelante, hacia nuevas experiencias que nos propicien gozo, placer y felicidad. Reconocer que la historia pasada y las heridas ya no están aquí.
La vida es como una obra de teatro con varios actos. Algunos personajes tienen, en nuestra vida, papeles centrales y nos acompañarán durante toda la obra. Es imposible luchar por algo nuevo en el presente si estamos esperando a que el pasado regrese.
Los tiempos oscuros, los accidentes, los rompimientos, los periodos de empobrecimiento, las enfermedades, los abusos y los sueños rotos suceden porque tienen que suceder. Desde esta perspectiva, que es la única posible, es preciso comprenderlos, aceptarlos, honrarlos y transformarlos.
Sitio Fuente: Ibero