Cusco y Machu Picchu: un viaje a la resiliencia y la sustentabilidad

TURISMO.-

El tren, que había cruzado ya más de la mitad de la distancia desde su salida en la estación Poroy, desde Cusco, se detuvo en un cambio de vía, para bajar hacia Machu Picchu de forma más rápida.

La ciudadela de Machuc Picchu.

Esta es una obra única, pues reduce el tiempo del trayecto hacia la mítica ciudad, a pesar de lo complicado del terreno.-

El tren que va desde Cusco hasta Machu Picchu, conocido como el «Tren de la Selva», fue construido en la década de 1990 por la compañía ferroviaria Perurail. Foto: Alicia Guzmán

Instalada en un vagón de Perurail, con grandes ventanales y un techo panorámico, escucho con atención las explicaciones que en ciertos tramos interrumpen el cabeceo de los viajeros. Nombres que tengo que repetir varias veces en voz baja para que suenen lo más cercano a la pronunciación correcta.

El paisaje cambia a medida que nos alejamos de Cusco: las altas montañas se transforman en vegetación que no en todos los casos reconozco, en un río que corre con fuerza y de forma paralela al tren. La selva empieza a acercarse.

Para mí, viajar en lunes a la ciudad sagrada me parecía raro. Había llegado a Cusco el sábado por la noche a uno de los hoteles más interesantes en los que me he hospedado: el JW Marriott El Convento, situado en el centro histórico de lo que un día fue la capital del imperio inca y que, como su nombre lo indica, fue un lugar en que la orden de los agustinos decidió instalarse, y habría pensado que al día siguiente haría el esperado viaje.

Una baby alpaca, junto a la mujer que la cría, posa tranquilamente, esperando su pienso. Foto: Alicia Guzmán

Rubén, mi guía durante toda la estancia, viajó antes que yo y ya me esperaba en la estación de Aguas Calientes, un pueblo al pie de Machu Picchu que cuenta con espléndidas aguas termales, pero que destaca por servir como punto de salida hacia la zona arqueológica. Muchas personas, como yo, nos enteramos muy tarde de las cualidades que tiene este lugar.

A medida que el camión sube por un camino de piedra y los choferes muestran su destreza al volante, Rubén me cuenta sobre las diferentes rutas que aún existen para llegar a la «Montaña Vieja» y que, por más absurdo que parezca, subir en camión es más barato y sencillo que subir caminando.

Machu Picchu: una ciudad inconclusa.

El acceso a la zona arqueológica y patrimonio de la humanidad tiene un costo que va de los 60 a los 85 dólares, dependiendo del tipo de visita y la ruta que elijas. Es posible que el costo aumente si decides subir caminando, pues te acompañarán habitantes de la zona que se encargarán de llevar tu equipaje y alimentarte.

Importante: adquiere tu acceso con tiempo y a través de los proveedores autorizados. Escuché muchas historias sobre quienes decidieron comprar el tour en Cusco de personas que ofrecen recorridos por la ciudad. Toma en cuenta que durante la primavera (si vives en el hemisferio norte será invierno) es la época en la que más personas acuden a conocer la ciudad.

Machu Picchu es magia, es un lugar donde el tiempo se detuvo en cada piedra, y donde organizaciones como National Geographic y la UNESCO han colaborado con el gobierno para rescatar uno de los mayores atractivos turísticos e históricos del Perú. Actualmente los andadores tienen una rejilla de un plástico que fue diseñado para evitar el hundimiento de la ciudad y, sobre todo, para proteger a los visitantes.

Además, National Geographic es partnership de Perurail, y ha financiado proyectos de conservación y desarrollo sostenible en Machu Picchu.

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Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Machu Picchu recibé a más de 1.5 millones de visitantes al año. Foto: Alicia Guzmán

Recorrimos la ciudad, desde su punto más alto hasta la ciudadela, acompañados de una lluvia ligera, pero fría, y que no me dejaba usar los lentes ni un minuto. Sin embargo, eso no impidió que pudiera tomar imágenes a nuestro paso. Descubrir y entender las razones de los estrategas e ingenieros incas para construir una ciudad en ese lugar, te deja con la boca abierta.

Machu Picchu se encuentra en la provincia de Urubumba, a unos 2,450 metros sobre el nivel del mar, y se construyó entre Machu Picchu (Montaña Vieja) y Huayna Picchu (Montaña Joven). De ahí que la ciudad, que no terminó de edificarse, lleve este nombre. Sin embargo, un estudio publicado en 2022 por el historiador Donato Amado González, del Ministerio de Cultura de Perú, y el arqueólogo Biran S. Bauer, de la Universidad de Illinois, se asegura que el nombre debió ser Huayna Picchu. Esta discusión, que por supuesto es importante, no cambiará la importancia que tienen este sitio arqueológico, considerado una de las siete maravillas del mundo moderno.

Pero dejemos Machu Picchu y regresemos a Cusco.

Resiliencia.

Algo que llamó mi atención desde que me instalé en el hotel y pude conversar con quienes trabajan ahí, fue la capacidad que tienen para superar obstáculos y renacer… eso que ahora es un término muy utilizado y que se define como resiliencia.

Cusco fue de las ciudades del Perú más afectada por la pandemia por COVID-19, y no solo por la cantidad de personas que fallecieron a causa de este coronavirus, sino por el golpe a la economía de la zona, que depende enteramente del turismo.

La ciudad sagrada, que ha caído y se ha reconstruido desde su fundación, empieza a recobrar su vitalidad. Cientos de turistas, de nacionalidades diversas, buscan fotografiarse con la piedra de los 12 ángulos de fondo o con las señoras que pasean a las simpáticas alpacas.

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La piedra de doce ángulos se encuentra en una estrecha calle, formado parte de un edificio en el centro de Cusco. Foto: Getty Images

Una de las características arquitectónicas de Cusco se basa en las «capas» que tiene las construcciones en esa zona: la base mantiene la piedra con la que edificaron los incas y, en algunos casos de sus antecesores; la «capa» siguiente es algo más «moderno» y que no en todos los casos en un templo católico de la época de la Colonia. El gobierno local, junto con el gobierno central e instituciones académicas, organizaciones civiles y empresas privadas, han trabajado por recuperar el patrimonio.

Hotel-Museo.

Este es el caso de los hoteles JW Marriott El Convento y Palacio del Inka, a Luxury Collection Hotel, los cuales se destacan por ser, además de una experiencia única de hospedaje, un espacio para la preservación del patrimonio de Cusco.

El Convento, como explicaba al inicio, fue hogar de la orden de los agustinos. Sin embargo, en sus entrañas se puede encontrar vestigios de la cultura asentada en el valle antes de los incas, los killke, que vivieron en la zona urbana de Cusco entre el año 1000 al 1476 d.C., y que trabajaron el pulido de la piedra, algo que los incas perfeccionaron.

El recorrido por el sótano del hotel lo hace un «monje» que muestra a los huéspedes los vestigios resguardados, así como algunas piezas de cerámica y piedra.

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Renato, caracterizado como monje agustino, ofrece un tour a los huéspedes. Atrás, un retablo jesuita. Foto: Alicia Guzmán

En el Palacio del Inka, además de encontrar cuadro, piezas y réplicas de la época Colonial, se esconde el mejor secreto de Cusco: una piedra de ocho ángulos, muy parecida a la que todo viajero quiere conocer y que, como mencioné, se encuentra en una de las calles del centro de la ciudad.

A comer.

Es casi inevitable que, cuando la gente habla de la gastronomía del Perú, imagine el espectacular ceviche que se prepara en Lima, la capital. Sin embargo, la dieta de un cusqueño no se basa precisamente en pescado o crustáceos; la realidad es que el pan y las 100 variedades de papa son elementos indispensables para ellos.

En el Mercado de San Pedro, uno de los lugares más representativos de Cusco, los ordenados y limpios pasillos le regalan al visitante la posibilidad de probar y comprar frutas que traen desde la zona colindante con la selva; papas deshidratadas, que se guardan de esta manera desde la época en que los incas fundaron la ciudad sagrada; quinua y otras variedades de semillas; quesos artesanales y enormes panes que se conocen como «pan chuta», que solo de verlos se te quita el hambre.

Los «marchantes» o vendedores responden pacientemente todas mis preguntas, sobre todo cuando el acento me delata y fluyen los típicos vocablos chilangos.

Hasta la cocina.

La comida de ambos hoteles es una experiencia única y llena de sorpresas, particularmente porque buscan fomentar una economía sustentable en la zona y así apoyar a los productores locales de papa, choclo y otros alimentos.

Elmer, gerente y chef de El Convento, me invitó a cocinar su versión de dos platillos típicos, los cuales son representativos de la fusión de la comida china y elementos locales: la comida chifa. Arroz chaufa, una versión muy parecida al Chow fan que conocemos, y un lomo saltado.

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En la dieta de los cusqueños podemos encontra el arroz chaufa, el lomo salteado y las papas. Foto: Alicia Guzmán

Pero más allá de mi incursión en la cocina, Elmer compartió conmigo su plan para convertir su cocina en un espacio sustentable, donde los productores de la zona tengan cabida, y donde los visitantes puedan conocer algo más que lo que actualmente está en la carta.

Por su parte, Inti Raymi (Fiesta del sol), ubicado en el Palacio del Inka, ya trabaja con algunos productores de papa, lo cual garantiza que el producto que utilizan en sus platillos es fresco y ayuda a la economía de la zona.

El encuentro.

El viaje está por concluir, pero me esperaba una sorpresa. Como parte de las actividades que puedes realizar siendo huésped de El Convento, está una ceremonia sagrada, la cual estaba programada a realizarse en uno de los templos cercanos al hotel. Sin embargo, tuve el privilegio de tener este encuentro justo a un costado de donde se resguardan los vestigios arqueológicos.

El Paco (en quechua), y que no es lo mismo que chamán (cometí el error de llamarle así en un principio), me mostró su comunión con la montaña, pidiéndole a la Pachamama que mis caminos se abrieran y que cuidara de mí.

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El Paco, sacerdote sagrado en la tradición inca, realiza una ceremonia de purificación. Foto: Alicia Guzmán

El ritual es algo que difícilmente las palabras pueden explicar, pues -creyente o no- sabes que estás frente a lo sagrado en una de sus formas más puras.

Hasta pronto.

Después de una semana en Cusco, no quieres irte. Sus calles te invitan a recorrerlas de nuevo, a encontrar otro ángulo en las piedras que alguna vez dieron forma a templos y edificios de gobierno de sus antiguos habitantes.

Un valle me despide a lo lejos y unos picos nevados acompañan mi vuelo de regreso. Cusco queda en mi memoria como un lugar en el que la resiliencia pasa de generación en generación, haciendo de sus habitantes dignos representantes de la cultura inca.

Atención.

    Una de las recomendaciones que me hace Rubén, el guía, es que evite comprar ropa (gorros, guantes, suéteres o cualquier prenda «hecha» con lana de alpaca) en cualquier tienda o en los puestos de la calle, pues, en la mayoría de los casos el hilo de lana está mezclado con algodón, y por esa razón puede sentirse más suave.

    Teníamos planeado conocer un lugar que él nombró como «la factoría», pero tuvimos que desistir ante la situación que se vivía en la ciudad.

Por: Alicia Guzmán.

Sitio Fuente: National Geographic en Español