Fiestas romanas y tradiciones prehispánicas se conjugan en el día de la candelaria
INVESTIGACIONES HISTÓRICAS.
- Se trata de una de las festividades populares más importantes del catolicismo, asegura Gisela von Wobeser
- Los pueblos originarios tenían la costumbre de ofrecer tamales en la festividad Huauhquiltamalqualitztli, refiere.
En México y en otros países católicos, el 2 de febrero se celebra el Día de la Candelaria, una fiesta popular de carácter religioso y cultural. En nuestro país también tiene elementos de origen prehispánico, por el tipo de alimentos que se consumen.
La festividad se relaciona con el Día de los Reyes Magos (6 de enero), fecha en la cual se parte la rosca y quienes encuentran dentro del pan al “niño Dios” deben ofrecer tamales el día en que lo llevan a bendecir.
Lo anterior, de acuerdo con la emérita del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), Gisela von Wobeser, quien asegura que se trata de una de las fiestas populares más importantes del catolicismo que se festeja en toda la cristiandad, tanto en Oriente como en la iglesia romana de Occidente, y en la que convergen tres grandes motivos por los que se celebra esta fecha hasta nuestros días:
El recuerdo del pasaje bíblico de la presentación del niño Dios en el templo de Jerusalén, que ocurre 40 días después de su nacimiento acontecido el 24 de diciembre; la purificación de la Virgen María después del parto y su veneración en la advocación de Virgen de La Candelaria.
La especialista en Historia Colonial explica que el vocablo candelaria proviene de candela, cuya definición es vela, por tanto, su connotación está relacionada con la luz, la cual dentro del cristianismo tiene un significado simbólico importante: “siempre se le ha asociado al cielo, a lo divino. Por lo que en el arte plástico a los santos se les representa con una aureola de luz”.
En la actualidad estas costumbres tienen gran significado en la vertiente religiosa. En México una cantidad importante de personas practican la religión católica, incluso hay quienes, sin ser asiduos asistentes a misa, comparten creencias religiosas y, por ende, le atribuyen al niño Dios bendecido el 2 de febrero, ciertas características milagrosas de consuelo.
Además, “muchas de nuestras festividades tienen un ingrediente costumbrista y muchos, sin ser creyentes, comparten aquellas fiestas tradicionales como la Navidad, la celebración del Día de Muertos y, por supuesto, la fiesta de La Candelaria”, enfatiza.
La autora del libro “Orígenes del culto a nuestra señora de Guadalupe, 1521-1688”, recuerda que este festejo inició en la iglesia oriental con el nombre del Encuentro y se extendió a Occidente, “como muchas de nuestras celebraciones y cultos católicos, y se fusionó en el siglo VI con la fiesta romana de las Lupercales (antigua fiesta pastoral que se celebraba para evitar los malos espíritus, purificar la ciudad, liberar la salud y la fertilidad), donde se hacía una procesión con candelas”.
Comenta que la advocación de la Virgen María como Nuestra Señora de la Candelaria surgió en las Islas Canarias, en Tenerife donde, según la leyenda, en 1392, 100 años antes del descubrimiento de América, unos pastores encontraron en el campo la figura de una imagen –de aproximadamente un metro de altura– que cargaba al niño Dios en un brazo y en la mano contraria una vela.
Entonces se le identificó como la Virgen de La Candelaria, quien se constituyó en la patrona del lugar y hoy es muy festejada. Con la llegada de los conquistadores y colonizadores a América, los frailes evangelizadores implantaron esta devoción en numerosos países latinoamericanos, donde actualmente se celebra mediante procesiones con velas encendidas como parte de sus tradiciones y costumbres.
En nombre de los dioses.
Gisela von Wobeser menciona que consumir tamales el 2 de febrero se retoma una costumbre indígena, ya que al parecer era común en ciertas fiestas del mundo prehispánico ofrecer comida a las deidades, se creía que se beneficiarían a través de los vapores que emanaba, “algo similar se piensa cuando se colocan los alimentos en los altares de Día de Muertos”, acota la historiadora universitaria.
Los pueblos originarios tenían la tradición de ofrecerlos en una festividad denominada Huauhquiltamalqualitztli. “Las Lupercales daban inicio al ciclo agrícola en Roma y al parecer ocurría lo mismo en el México prehispánico con estas tamalizas que se hacían en ofrenda a los dioses”, destaca.
Algo que también se realiza en diversos lugares es llevar al niño Dios a escuchar misa. En algunos pueblos mexicanos, en particular en el centro del país, se acostumbra que días previos al 2 de febrero se le vista con ropa nueva para llevarlo al templo, añade la también miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia.
En Malinalco, por ejemplo, las mujeres llevan los niños a la iglesia en sus rebozos, como si cargaran a sus hijos y los arrullan durante la misa. Ya bendecidos y en sus hogares, los colocan en un nicho donde permanecen hasta el 24 de diciembre cuando los colocan en el nacimiento, y lo recogen el segundo día de febrero.
Estamos frente a un sincretismo en el que se fusionaron fiestas tan antiguas como las Lupercales de Roma, las cristianas medievales y las tradiciones prehispánicas de México, y persisten hasta nuestros días, puntualiza la exdirectora del IIH.
En México los frailes aprovecharon festividades, ritos y costumbres religiosas de los indígenas para continuarlas, pero con nuevos contenidos. Es por ello que numerosas procesiones implican bailes, porque esa era una forma en la cual en el México prehispánico festejaban a sus dioses, concluye.
Sitio Fuente: Boletín UNAM-DGCS-083