@Helena con H nos dice: #TodoPorLaMúsica

No hay duda, no hay qué discutir, no hay quien lo refute: el arte es maravilloso. Te mueve, te pone la piel de gallina, saca lo mejor de ti, saca lo peor de ti también, te cambia, te marca, te hace sentir vivo.

La semana pasada experimenté una situación que creó epifanía acerca del arte, en especial de la música. Soy parte de un increíble coro, y nos estuvimos preparando para dar un pequeño recital el viernes pasado. A principios de semana estaba casi afónica y mi garganta me dolía muchísimo. Pero tenía que estar bien para el viernes, fui al médico y me aplicó dos inyecciones, ¡dos! Al día siguiente en el ensayo, mi garganta estaba perfecta. Sí, la inyección ayudó pero también se lo atribuyo a mis deseos de no perderme la experiencia de cantar frente al público, que no importa cuántas veces ya lo haya hecho, siempre es estupendo.

Llega el día de la presentación, justo el Día de la Tierra, y la Tierra decide jugar un poco con nosotros. Empezó a llover muy fuerte y de repente cae granizo. Todo esto justo en el momento en que me estacioné ya en el lugar de la presentación.
Estuve encerrada en el carro media hora o más.

Los cantantes del coro nos empezamos a comunicar, seguíamos en pie, ese concierto tenía que suceder. La ciudad era un caos, se desbordó un río, el tráfico en varios puntos estaba parado, no se podía caminar por las calles. Pero a pesar de eso, todos estábamos dispuestos a llegar.

Paró un poco la lluvia, agarré mi paraguas que por azares del destino estaba en el carro y caminé para alcanzar a mis compañeros. Por supuesto que empezó el aguacero otra vez, me metí en varios charcos y mi pantalón quedó empapado. Cabe mencionar que personas en el coro que siempre habían tenido una fobia inmensa a manejar en la lluvia, se subieron a su coche al percatarse de que seguíamos dispuestos a cantar.

¿El público? Por el mismo diluvio que la Tierra decidió regalarnos, eran pocos nuestros espectadores. Un público pequeño pero increíble. Escucharon, disfrutaron, aplaudieron y al final nos pidieron una pieza más.

Disfruté muchísimo, los nervios siempre están (muchos nervios) pero el goce de la música y el arte los nulifican. Fue un día muy pero muy feliz, tanto que en este momento mientras estoy escribiendo esto, no puedo dejar de sonreír. Esa es la magia del arte, podemos convertir lo negativo en positivo, vencer miedos, ser nosotros mismos y aprender a conocernos. No puedo imaginar este mundo sin el arte, a personas que no disfruten el arte en cualquiera de sus manifestaciones, a gente que no se emocione con la música, a artistas que no sientan que están volando cuando se pueden expresar con tal libertad.

Al final de cuentas, la tierra nos puso esa lluvia para hacernos entender que el amor a la música lo puede todo, que el arte puede crear un vínculo especial entre personas que hace cuatro meses ni siquiera se conocían, que estar dirigidos por alguien tan apasionado nos contagia y nos hace disfrutar lo que hacemos, que el arte prevalece a pesar de las condiciones.

Gracias Tierra por esa lección, por acogernos en este dulce hogar, por ser tú misma una bella expresión artística. También por traernos el agua que constantemente susurraba: todo por la música, todo por el arte.

Sitio Fuente: Articulista de GID.